domingo, 19 de octubre de 2014

La felicidad y la tristeza


Al final del día, cuando todos nuestros triunfos se van a dormir, nos vamos a encontrar con nuestra soledad. No importará si estamos acompañados o no, si reímos a multitudes o somos unos ermitaños jóvenes, la soledad agazapada nos esperará con sus dientes de hielo para chuparnos las últimas ilusiones que quedaron impregnadas en nuestros cuellos. Es el momento más desagradable, al cual maldigo, que me consume momentos de vida.

Mi esperanza es escapar con el viento, pero... ¿para qué llamo a la maldita esperanza? Si es uno de los peores sentimientos. Es la terapia intensiva que ni siquiera nos prepara para morir. Un respirador que nos extiende la vida para seguir esperando los latidos de su visita, que nunca llegará. Para eso, prefiero descansar en la eternidad extrañándola.

En este cielo terrenal de nubes blancas y malas rachas estoy atado, sin poder ir a llorar al infierno, por la esperanza que me ata: desvelándome al aguardo de que vuelvas. No puedo siquiera empezar a tejer el duelo de esta perdida que me quita palabras, sueño... y sueños.

¿Habrá felicidad por fuera de la felicidad que me dabas? Fuiste mi regalo griego. La caja de Pandora a Prometeo. Pero mi plenitud estaba en aquellos bailes, en suaves movimientos que nos hacían sentir felices. Fuera de ellos, todo era una bisturí cortándome en pedacitos al aguarde de más pistas de aire: un completo armado de chistes por decir, los lineamentos de la rutina conjunta, y sabiendo que todo lo demás significaba  para el pensamiento unas vacaciones.

Ahora sólo pienso en pensar: estoy pensando en dejar de pensar. Pienso que pensar duele, al doler pienso en qué manera dejar de pensar para que no duela más.

Quisiera brindar con las copas vacías de una noche empachada de dolor y emborracharme por vigésima vez, y debutar en el olvido.

¿Será la felicidad un genial invento de la inteligencia para escapar de la tristeza del encuentro con uno mismo? Y si fuese así, ¿la misma sería irreal al ser una construcción mental? En consecuencia, manteniendo esta hipótesis, entendería un poco más, dándole justificativo, a su poca duración.

La felicidad es el otro. La tristeza es uno. Allá, física o mentalmente, somos felices. Acá, sobrios o borrachos, estamos solos.

Te fuiste privándome de tu interior. Intenté a diestra y siniestra entender, descubrir, abarcar, simplificar tu costado más meritorio y sospechoso. No pude o no quisiste. Porqué no ambas.

Todos están celebrando, y yo, mientras tanto, descorcho una pregunta infinita sin respuesta.

La tristeza se me pinta en la piel cuando en este interior que te demostré se contiene de expresar una emoción buena o mala. La distancia no importa, aún tengo cosas para decir. Ninguna será una genialidad de un poeta contemporáneo con el alma escabulliéndose por entre los huesos rotos. Me garantizan del cementerio de los hombres vacíos que hay una felicidad después del quebranto.

Pienso que la felicidad es la siesta de la vida entristecida por amores de baja autoestima que terminan por suicidarse después de envenenar el banquete de la sobremesa sobre tu pecho.

Soslayo que la tristeza es vivir.

Me voy a poner el sombrero que está en el perchero cercano a la puerta, saliendo a surfear tristezas para llegar a la playa de la felicidad, que minutos después no será más que agua. Y si la vida no es más que un océano de preguntas puntiagudas, ¿qué es?


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