domingo, 27 de septiembre de 2015

La religión de nuestra mirada

Dios miró a un costado buscando su lado eterno. Y murió de espalda al que no quiso ser, un humano. Murió desafiando a la muerte. Con el pelo cayendo como una cortina que tapaba, no eliminando ese lado donde estamos todos. La muerte aparece aunque miremos para otro lado, en una mera construcción mental imposibilitada de vencer en el campo de lo material.

Todos morimos. Menos las miradas. Las miradas marcan. El mirar es una acción de tajear. No cualquier mirada. La verdadera mirada, la que dice marca. Y cómo. No puedo olvidar sus ojos rogándome que no le crea a sus palabras. Para hablar la persona se prepara, se posiciona desde un lugar, generalmente racional. Para mirar es un acto de amor, de desafio, de oposición, como de admiraciòn, respeto, amor y también, de un doloroso adiós. Las palabras y la mirada cuando van de la mano suelen ser un arma explosiva que termina por vulnerabilizar al otro, de hacerlo implosionar. Las contradicciones entre ellas dejan a la clara quién apalabrea y quién sugiere un camino, quién señala su dolor, quién indica que no puede más.

La religión se alimenta de un Dios muerto y no de las miradas de los fieles que buscan respuesta, una religiosidad imposibilitada de su fin último: la búsqueda. Desde lo sagrado nos hacen mirar a un tipo de espalda que ha muerto creyéndose más de lo que pudo ser y hacer. Evitar la muerte es una distracción de la propia muerte viniéndose en sentido opuesto. La Creer que se puede escapar una estúpidez puramente humana. Ergo, Dios fue humano y estúpido. Hoy es algo duro como su convicción de escape. La vida es despertar al revés de la muerte, de la oscuridad, de lo que enceguece y asusta e ir girando poco a poco con distracciones, soles y tajos. 

Lo sonoro suele ser nada. La presencia plena en su estado solido, como liquido, iluminado como la luna, radiante como el sol descartan de plano cualquier otra necesidad. Quién no se inmolaría por un mirar. Quién no quiere dejarse marcar a fuego por una mirada. Segundos sosteniéndose plenamente. Mostrándose defectuosa, pero rogando complentud, o un arreglo que suba las persianas de lo destruido puertas abiertas durante su crisis. Ventanas rotas, palabras desahuciadas, cigarillos ajenos apagados en fuego propio, copas sin terminar, bailes sin aprender, dedos pisados, silencios desbastadores, heladera sin comida, poeta sin poétiza, promesas incumplidas, futuros cobardes, presente censurador, pasado asfixiante se expresan en el lenguaje de la visión.

Corazón, ¿dónde dejaste tu mirar de enamorada? Podrás decir lo que quieras pero haz pérdido tu amor reflejado en esos ojos nocturnos. Tu mirada no me dice más nada. Pero, suficiente ya ha dicho. Sigo por los viejos tajos, esos tan preciosos, asesinos acaramelados, los que te dejan al borde del giro brutal pero no terminan por empujarte del otro lado sino te dejan deliciosamente en el filo. Ver lo que perdería si te vas y querer más. No querer fin. No tener fin. 

Y vos... ay. Siempre tan sincera con esa visión achinada. Creo que es así porque tu razón quiere apagar tu mirar porque no la puede controlar. Es imposible. Nunca vi tanta sinceridad en una mirada. Mientras que me envuelves en palabras para que te deje de mirar porque sabés que allí puedo entrar. Mis palabras suelen ser ignorantes para llevarte a la nada. Mi mirada te anticipa que estoy atado a llevarte a donde quisieras, pero te tranquiliza mi sinceridad. Te asusta cuando hablo, pero cuando te miro me dejas romper con ese rostro tan duro. Darle vida con mis manos, aflojar músculos que responden a la tristeza de mis labios, te moves al ritmo del amor prohibido. Solo sucede al no mediar las palabras. En esos segundos de lejanía pero de conexión nos sentimos libres, nos entendemos, dejamos que fluya lo que no entendemos. Cuando aparece el habla te dejo retornar a tu lugar.

No creo en nada. Ni en mí. Sólo en mi mirada que mira lo que no entiende y se enamora, y en la de los demás. En especial la de ella que me enseñó que la mirada destruye y renace todo en épocas de muerte sin remedio. 

Moriría por otra mirada tuya, porque sé que podré desaparecer pero jamás nuestras miradas de enamorados ante la visión de un planeta que atentó contra nuestro plan de cercanía pero cuando duerme nos escurrimos por algún pasaje y nos metemos en el sueño que nuestras miradas solo pueden entender.

martes, 8 de septiembre de 2015

Psicoanálisis

Es difícil reírse desde la libertad absoluta. Qué otra cosa es la risa sino una acción descontracturante, de liberación de tensión, una simpática lucha ante las amarguras que ponen verrugas a los costados de estos labios constructores, enmarcada en una opresión constante. Hoy reí con libertad. Posiblemente porque algo se rompió en alguno de esos escalones reprimidos por tanto taco, suela y enojo.

Salí por primera vez de psicoanálisis riéndome locamente, despreocupado del otro. Debuté en una caminata no reflexiva, tampoco graciosa, pero cargada de libertad. De saber que me limito, desprecio y aíslo por decisión propia. También que me pongo último en una eterna fila de elementos vivos y no tanto para recibir eso que no está en su construcción. Conozco, entonces, que soy libre al elegir, elijo pésimo, pero sigo eligiendo elegir mal y me da gracia. Ya resignado, suena más cómico.

Es posible, en realidad lo confirmo, que hay algo mal en esta cabeza, que el corazón ya no despierta a la mañana. Sin embargo, todo cambia al darse cuenta que depende del poseedor de la cruz y no de aquella que la deposita, porque ésta lo hará en cada cadáver sin perfume de mujer una y otra vez. Los que perdimos la fe llevamos la cruz más pesada, inamovible y eterna. La descreencia hace que ante el movimiento de las cosas uno sienta que está haciendo todo perfectamente mal.

Calibro malestar con fina y subestimada maestría.

Creo que las barreras de las que tanto hablé allí son las que me hacen olvidar la posibilidad de elegir libertad. Me encierro en sentimientos de todo color y forma para olvidarme de la elección.

El psicoanálisis es la tapa de presentación de nuestros dolores en su lado A y B. En su comienzo suena a una suave melodía, que se va destartalando hasta quedar en duros golpes sin ritmo, mucho menos  con armonía pero que tiende a recuperarse para un final siempre inconcluso. El diván es la única ruta sin final. Mi camino está teñido de negro con dos conos rojos. Entonces la terapia es una música sin cierre, conclusión. Es una letra carente de poesía pero concreta, áspera y palpable. Ese cuadro sin forma  intenta ejercer la gravedad para sostener gotas, que se dividen irregularmente entre obedientes, y adolescentes. Adolecen. Y se rebelan al patrón que no se puede rebelar.

Te siento otra vez transformándote en mil estados dentro de mí. Se rompió el canal de contención y me ahogas de emoción. Ruego que los santos dejen de cuidarte para que te atrape este mal que camina nuevamente para atrás. Parece que tenemos la formula de repetirnos. Somos previsibles. Ser lo que no somos es una paradoja bastante cariñosa sobre todo en noches olvidadas en esos lugares que ya no nos reconocen. Vamos de la hermosura al error con suma habilidad. Y todo vuelve a empezar. No nos alcanzarían los café para explicarnos entre nosotros qué queremos; dónde estamos; cómo evitamos el pasado en el mañana. Sin leer los diarios sabemos qué está ocurriendo en este mundo que hemos construido sin querer. Con qué beso, en qué caricia nos volvimos constructores de los que nos demuele. En cuál de las despedidas está la seguridad. Nos aprieta la ciudad y nosotros miramos el cielo rogando que el otro no avance, que no nos deje repetirnos. No nos podemos dejar.

Este amor y el psicoanálisis se unen en lo eterno.

La esencia de las cosas se explican desde el error. Nos elegimos para que en esas pequeñas entregas de amor nos carguemos de una energía que nos vuelve más invulnerable. Es ir al norte para conocer el sur. Es elegir unos pequeños chapuzones de calor para enfrentar el invierno.

Preferiría que no hayas conquistado este corazón. Preferiría. Preferiría. Preferiría. Ya no lo preferiría.