Es difícil reírse desde la libertad absoluta. Qué otra cosa es la risa sino una acción descontracturante, de liberación de tensión, una simpática lucha ante las amarguras que ponen verrugas a los costados de estos labios constructores, enmarcada en una opresión constante. Hoy reí con libertad. Posiblemente porque algo se rompió en alguno de esos escalones reprimidos por tanto taco, suela y enojo.
Salí por primera vez de psicoanálisis riéndome locamente, despreocupado del otro. Debuté en una caminata no reflexiva, tampoco graciosa, pero cargada de libertad. De saber que me limito, desprecio y aíslo por decisión propia. También que me pongo último en una eterna fila de elementos vivos y no tanto para recibir eso que no está en su construcción. Conozco, entonces, que soy libre al elegir, elijo pésimo, pero sigo eligiendo elegir mal y me da gracia. Ya resignado, suena más cómico.
Es posible, en realidad lo confirmo, que hay algo mal en esta cabeza, que el corazón ya no despierta a la mañana. Sin embargo, todo cambia al darse cuenta que depende del poseedor de la cruz y no de aquella que la deposita, porque ésta lo hará en cada cadáver sin perfume de mujer una y otra vez. Los que perdimos la fe llevamos la cruz más pesada, inamovible y eterna. La descreencia hace que ante el movimiento de las cosas uno sienta que está haciendo todo perfectamente mal.
Calibro malestar con fina y subestimada maestría.
Creo que las barreras de las que tanto hablé allí son las que me hacen olvidar la posibilidad de elegir libertad. Me encierro en sentimientos de todo color y forma para olvidarme de la elección.
El psicoanálisis es la tapa de presentación de nuestros dolores en su lado A y B. En su comienzo suena a una suave melodía, que se va destartalando hasta quedar en duros golpes sin ritmo, mucho menos con armonía pero que tiende a recuperarse para un final siempre inconcluso. El diván es la única ruta sin final. Mi camino está teñido de negro con dos conos rojos. Entonces la terapia es una música sin cierre, conclusión. Es una letra carente de poesía pero concreta, áspera y palpable. Ese cuadro sin forma intenta ejercer la gravedad para sostener gotas, que se dividen irregularmente entre obedientes, y adolescentes. Adolecen. Y se rebelan al patrón que no se puede rebelar.
Te siento otra vez transformándote en mil estados dentro de mí. Se rompió el canal de contención y me ahogas de emoción. Ruego que los santos dejen de cuidarte para que te atrape este mal que camina nuevamente para atrás. Parece que tenemos la formula de repetirnos. Somos previsibles. Ser lo que no somos es una paradoja bastante cariñosa sobre todo en noches olvidadas en esos lugares que ya no nos reconocen. Vamos de la hermosura al error con suma habilidad. Y todo vuelve a empezar. No nos alcanzarían los café para explicarnos entre nosotros qué queremos; dónde estamos; cómo evitamos el pasado en el mañana. Sin leer los diarios sabemos qué está ocurriendo en este mundo que hemos construido sin querer. Con qué beso, en qué caricia nos volvimos constructores de los que nos demuele. En cuál de las despedidas está la seguridad. Nos aprieta la ciudad y nosotros miramos el cielo rogando que el otro no avance, que no nos deje repetirnos. No nos podemos dejar.
Este amor y el psicoanálisis se unen en lo eterno.
La esencia de las cosas se explican desde el error. Nos elegimos para que en esas pequeñas entregas de amor nos carguemos de una energía que nos vuelve más invulnerable. Es ir al norte para conocer el sur. Es elegir unos pequeños chapuzones de calor para enfrentar el invierno.
Preferiría que no hayas conquistado este corazón. Preferiría. Preferiría. Preferiría. Ya no lo preferiría.
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