Juan, escúchame vos. Yo no sé nada. ¿Sabés que un hombre nunca sabe su
destino, siempre a expensas de ellas? La mujer en cambio, sí. Deciden. Cambian.
Modifican o dejan todo igual. Yo me resisto a escucharme, aunque haga el
intento hace un buen rato que no escucho otra cosa que el cabezazo de estos
hielos contra el vaso secándose por este calor infernal. Sé que de fondo suena
un coro desafinado y en otro idioma, pero dicen que enamorarse es la
resignación de los cinco sentidos por un solo sentir. Bastante cursi, ¿no? No
me contestes. No me interesa, y si asi no lo fuera, tampoco podría por eso que
te dije antes. ¿Entendes? No me respondas, dije.
Ves aquella flaca, debe tener metro sesenta. Ponele que con mucha honra,
actitud y unos buenos tacos llegue a la sombra de los sesenta y cinco. Mirá si
te clava esos tacos aguja en un músculo se parecería bastante al hueco que me
hizo mi ex. Los hombres podemos morir de amor, no es un defecto, tal vez
morimos de pie, con los ojos abiertos absorbiéndose las lágrimas para
escurrirse por dentro pero maestro, lloramos, ya sea sin demostración, en la
oscuridad o con una maravillosa teatralización de la fragilidad de la materia.
Qué otra cosa podría decir. Vos sabés Juan cuántas veces me humillaron en el
trabajo, amigos que me aplastaron por migajas y familiares que se convirtieron
en magos sin galeras, sin embargo desaparecieron pero nada de esto afectó,
ahorcó, a lo sumo abolló pero no agujereó. Mi ex sí. La anterior pincho, entró
y salió. Y bueno de las anteriores... emmm. Entendido. Un caballero no tiene
memoria, o sí, una bastante selectiva. Elegimos señoritas imborrables que nunca
conocimos para ser nuestro punto de salida y llegada. Saldría de sus piernas,
de esas dos bifurcarciones paralelas y verticales, para reposarme en la otra
división perfecta, también paralelas pero esta vez horizontales. Parece
Juancito, que en algún punto la belleza se divide, cómo no soportándose a sí
misma, pero, gracias a no sé quién vuelve a unirse.
Cómo se llamará. Te juro que debe tener un nombre poco convencional, o
tradicional. No creo que semejante hermosura se llame María, Soledad... sí,
disculpa Juan, ¿tu hermana no se llamaba así? Bueno, bueno, ya sabes. Me la
juego por Abril. "Dios santo qué bello abril", diría Fito con el
Flaco. Sí, le caería justo. Es bella. Es el calendario de cualquier hombre, no
Juan, no esa berreteada de los mecánicos sino que manejaría mis tiempos, mis
planes, pará, no soy gobernado. Sería el muelle de mis desembarcos. Te aseguro que
podría nadar desnudo. No, no, no soy pervertido. Simplemente porque ante
semejante regalo de la naturaleza quisiera despojarme de todo para devolvérselo
al mundo como una recompensa, un agradecimiento y también para quitarme ropa
vieja, gastada, con olores de perfumes que ya no me pertenecen. De todas
maneras, debo confesar algo. Del amor frustrado, del no ganador, de esos que
pierden, sin importar si fue por goleada, o un arrebato del referí, solo te
quedan dos cosas: un perfume y un reflejo de ojos. Por eso, estimado compañero
de copas, te digo que en mi olor y en mi mirar llevo a quienes me han sabido- o
no, pero lo han intentado- amar. Desde el primer olor y la primera mirada ajena
nuestra vida es otra. La mirada hacia el sol ya es afectada. Nuestras ex
influyen en la búsqueda de la nueva, cuando la encontramos, dejamos como en un
bolsito eso que llevábamos, y si se rompe lo que venía siendo, al momento de
salir lo agarramos y caminamos con un poco más de peso. Qué querés que te diga,
yo no quiero llegar a casa con diez kilos de perfumes y miradas. Quisiera
llegar con Abril, o como se llame. No, no se llama Abril. Quiero llegar a
Abril.
Mirá ese talón de Aquiles, ése no puede ser su punto débil. Con esas
piernas, que muestran fortaleza, seducción, suavidad, acompañamiento, inclusive
el riesgo de ser una extensión de mi orto. Son piernas bastantes largas para lo
que es ella, en algunos fragmentos parece hueso pero se infla en sus
pantorrillas poniéndose en claro que no es una cualquiera, que las guerras
hablan en las piernas de las señoritas. Me imagino a ella en la ducha. ¡Basta
con la idea de que soy pervertido! Escucha. Imagino a las gotas cayéndose sobre
el cuerpo y a ellas hablándose entre sí sobre el duro desafío de llegar a sus
pies ante las montañas que se enarbolan de sus piernas. La gravedad su riesgo.
El placer de tocar sus dedos siempre pintados es el paraíso de la unión de partículas
en una línea que seguirá el curso. Nada será igual después de apreciar su piel.
Dame un cigarrillo. Me pongo nervioso no solo por Abril, déjame pensar un
apodo para ella. Ya va. Sino aquella señorita, no pelotudo, la del otro lado.
Pero la puta madre, pispeá cautelosamente. Listo, ya fue. Sí, esa que está a la
izquierda. Me mira, me mira. ¿Qué quiere, acaso un hielo? No te rías. No me
gusta que me acosen. Me mira de abajo para arriba. Hasta me bulteó. Desubicada
del orto. Rubia teñida y mal... sí, sí eso. Hay mujeres que se creen no sé qué.
¡Mozo!, ¡Flaco!... bueno, no va. El muy baboso va a las mesas de mujeres. Clávate
una peluca Juan, o róbate un labial, por ahí tenemos suerte y con tu cara
afeminada logramos que no atiendan. Bueno, che... un chiste. Qué susceptible.
Te sigo hablando de Pulguita. Ja ja ja, claro, le digo así porque es chiquita.
Pero en ese diminuto cuerpo, de piernas hermosas, puede llenar esta ausencia
talle 46. Dicen en el barrio que un pequeño cuerpo se prueba cualquiera de tus
ropas y le calza justo. En cambio las grandotas te rompen las prendas. No, no. No
hay mejor regalo que una mujer con la camisa propia sin corpiño recordándote
cuán libre es el mundo, que uno se olvida que da vuelta, que quema, que está
haciéndose mierda...y que afuera hay anarquía. Una mujer con mi camisa es la
antítesis del tango que ya canta disfónico y carraspeando en mi casa. Es lo más
cercano a la perfección. Rompe con el tiempo. Qué puede interesarte un trabajo
con ella que te invita al desempleo que otorga la pasión. Sus caderas hacen el
rock más subversivo al sistema. Esas mismas que parecen dos brazos que te abrazan.
Seguramente los exploradores no salen de allí, calculo que es el triángulo de
bermudas camuflado en piel. Prefiero ser el más anónimo explorador si me
aseguran la eternidad envolviéndome en metros y metros de alfombra de piel.
No voy a detenerme. Podría irme para el costado, Juanchi. Y subir por las
escaleras que forman sus costillas marcadas para saltar directo a la aurora de
la creación que es el cuello. Yo lo llamaría a ese espacio el testigo. Por allí
se sueltan palabras, en su mayoría, sinceras que tienden a ascender para llegar
a unos oídos deseosos. En ese lugar se ve una cabeza que va pidiendo permiso
para subir, y principalmente, bajar. Si de allí no se bajó la barrera del peaje
de lo permitido todo se hará. En ese trecho muchas veces despreciado se
entierran los besos que encienden bajo tierra el fuego, robándose toda lógica,
física y química. Escuché una vuelta, creo que una noche de pena, de esas
tantas que pasé en este bar, que el cuello testifica a favor o en contra del
hombre, y lo que decidirá su postura es cuán sinceros hayan sido esos besos,
que es difícil de engañar y que calcula casi de manera perfecta si esa persona
será para el resto del cuerpo o si será para el resto del olvido.