domingo, 2 de agosto de 2015

Mujeres

Juan, escúchame vos. Yo no sé nada. ¿Sabés que un hombre nunca sabe su destino, siempre a expensas de ellas? La mujer en cambio, sí. Deciden. Cambian. Modifican o dejan todo igual. Yo me resisto a escucharme, aunque haga el intento hace un buen rato que no escucho otra cosa que el cabezazo de estos hielos contra el vaso secándose por este calor infernal. Sé que de fondo suena un coro desafinado y en otro idioma, pero dicen que enamorarse es la resignación de los cinco sentidos por un solo sentir. Bastante cursi, ¿no? No me contestes. No me interesa, y si asi no lo fuera, tampoco podría por eso que te dije antes. ¿Entendes? No me respondas, dije.

Ves aquella flaca, debe tener metro sesenta. Ponele que con mucha honra, actitud y unos buenos tacos llegue a la sombra de los sesenta y cinco. Mirá si te clava esos tacos aguja en un músculo se parecería bastante al hueco que me hizo mi ex. Los hombres podemos morir de amor, no es un defecto, tal vez morimos de pie, con los ojos abiertos absorbiéndose las lágrimas para escurrirse por dentro pero maestro, lloramos, ya sea sin demostración, en la oscuridad o con una maravillosa teatralización de la fragilidad de la materia. Qué otra cosa podría decir. Vos sabés Juan cuántas veces me humillaron en el trabajo, amigos que me aplastaron por migajas y familiares que se convirtieron en magos sin galeras, sin embargo desaparecieron pero nada de esto afectó, ahorcó, a lo sumo abolló pero no agujereó. Mi ex sí. La anterior pincho, entró y salió. Y bueno de las anteriores... emmm. Entendido. Un caballero no tiene memoria, o sí, una bastante selectiva. Elegimos señoritas imborrables que nunca conocimos para ser nuestro punto de salida y llegada. Saldría de sus piernas, de esas dos bifurcarciones paralelas y verticales, para reposarme en la otra división perfecta, también paralelas pero esta vez horizontales. Parece Juancito, que en algún punto la belleza se divide, cómo no soportándose a sí misma, pero, gracias a no sé quién vuelve a unirse.

Cómo se llamará. Te juro que debe tener un nombre poco convencional, o tradicional. No creo que semejante hermosura se llame María, Soledad... sí, disculpa Juan, ¿tu hermana no se llamaba así? Bueno, bueno, ya sabes. Me la juego por Abril. "Dios santo qué bello abril", diría Fito con el Flaco. Sí, le caería justo. Es bella. Es el calendario de cualquier hombre, no Juan, no esa berreteada de los mecánicos sino que manejaría mis tiempos, mis planes, pará, no soy gobernado. Sería el muelle de mis desembarcos. Te aseguro que podría nadar desnudo. No, no, no soy pervertido. Simplemente porque ante semejante regalo de la naturaleza quisiera despojarme de todo para devolvérselo al mundo como una recompensa, un agradecimiento y también para quitarme ropa vieja, gastada, con olores de perfumes que ya no me pertenecen. De todas maneras, debo confesar algo. Del amor frustrado, del no ganador, de esos que pierden, sin importar si fue por goleada, o un arrebato del referí, solo te quedan dos cosas: un perfume y un reflejo de ojos. Por eso, estimado compañero de copas, te digo que en mi olor y en mi mirar llevo a quienes me han sabido- o no, pero lo han intentado- amar. Desde el primer olor y la primera mirada ajena nuestra vida es otra. La mirada hacia el sol ya es afectada. Nuestras ex influyen en la búsqueda de la nueva, cuando la encontramos, dejamos como en un bolsito eso que llevábamos, y si se rompe lo que venía siendo, al momento de salir lo agarramos y caminamos con un poco más de peso. Qué querés que te diga, yo no quiero llegar a casa con diez kilos de perfumes y miradas. Quisiera llegar con Abril, o como se llame. No, no se llama Abril. Quiero llegar a Abril.

Mirá ese talón de Aquiles, ése no puede ser su punto débil. Con esas piernas, que muestran fortaleza, seducción, suavidad, acompañamiento, inclusive el riesgo de ser una extensión de mi orto. Son piernas bastantes largas para lo que es ella, en algunos fragmentos parece hueso pero se infla en sus pantorrillas poniéndose en claro que no es una cualquiera, que las guerras hablan en las piernas de las señoritas. Me imagino a ella en la ducha. ¡Basta con la idea de que soy pervertido! Escucha. Imagino a las gotas cayéndose sobre el cuerpo y a ellas hablándose entre sí sobre el duro desafío de llegar a sus pies ante las montañas que se enarbolan de sus piernas. La gravedad su riesgo. El placer de tocar sus dedos siempre pintados es el paraíso de la unión de partículas en una línea que seguirá el curso. Nada será igual después de apreciar su piel.

Dame un cigarrillo. Me pongo nervioso no solo por Abril, déjame pensar un apodo para ella. Ya va. Sino aquella señorita, no pelotudo, la del otro lado. Pero la puta madre, pispeá cautelosamente. Listo, ya fue. Sí, esa que está a la izquierda. Me mira, me mira. ¿Qué quiere, acaso un hielo? No te rías. No me gusta que me acosen. Me mira de abajo para arriba. Hasta me bulteó. Desubicada del orto. Rubia teñida y mal... sí, sí eso. Hay mujeres que se creen no sé qué.

¡Mozo!, ¡Flaco!... bueno, no va. El muy baboso va a las mesas de mujeres. Clávate una peluca Juan, o róbate un labial, por ahí tenemos suerte y con tu cara afeminada logramos que no atiendan. Bueno, che... un chiste. Qué susceptible. Te sigo hablando de Pulguita. Ja ja ja, claro, le digo así porque es chiquita. Pero en ese diminuto cuerpo, de piernas hermosas, puede llenar esta ausencia talle 46. Dicen en el barrio que un pequeño cuerpo se prueba cualquiera de tus ropas y le calza justo. En cambio las grandotas te rompen las prendas. No, no. No hay mejor regalo que una mujer con la camisa propia sin corpiño recordándote cuán libre es el mundo, que uno se olvida que da vuelta, que quema, que está haciéndose mierda...y que afuera hay anarquía. Una mujer con mi camisa es la antítesis del tango que ya canta disfónico y carraspeando en mi casa. Es lo más cercano a la perfección. Rompe con el tiempo. Qué puede interesarte un trabajo con ella que te invita al desempleo que otorga la pasión. Sus caderas hacen el rock más subversivo al sistema. Esas mismas que parecen dos brazos que te abrazan. Seguramente los exploradores no salen de allí, calculo que es el triángulo de bermudas camuflado en piel. Prefiero ser el más anónimo explorador si me aseguran la eternidad envolviéndome en metros y metros de alfombra de piel.

No voy a detenerme. Podría irme para el costado, Juanchi. Y subir por las escaleras que forman sus costillas marcadas para saltar directo a la aurora de la creación que es el cuello. Yo lo llamaría a ese espacio el testigo. Por allí se sueltan palabras, en su mayoría, sinceras que tienden a ascender para llegar a unos oídos deseosos. En ese lugar se ve una cabeza que va pidiendo permiso para subir, y principalmente, bajar. Si de allí no se bajó la barrera del peaje de lo permitido todo se hará. En ese trecho muchas veces despreciado se entierran los besos que encienden bajo tierra el fuego, robándose toda lógica, física y química. Escuché una vuelta, creo que una noche de pena, de esas tantas que pasé en este bar, que el cuello testifica a favor o en contra del hombre, y lo que decidirá su postura es cuán sinceros hayan sido esos besos, que es difícil de engañar y que calcula casi de manera perfecta si esa persona será para el resto del cuerpo o si será para el resto del olvido.