lunes, 30 de junio de 2014

Ermitaño

La última que se fue apagó la luz.

Me reproché mi falta de visita a la musa dormida en los espacios que no son de mi agrado, pero entre gallos y medianoche abrí los ojos encontrándome con ella tapada, en sus pies tenía una bolsa de agua caliente y en su pelo dos trenzas, tal como una nena con su cara de inocente.

Parece que nada va a frenar, que todo aprieta las muelas un poco más. Genera placer llegar al otro lado del puente caminando por debajo del mismo, desestimando ofrecimientos, que tal vez ni existieron. Pisando las piedras que duelen en las plantas de los pies. Hasta seria raro ir mirando el camino como una invitación al placer, y no como un desafío. Pero ya no quiero verme más triste, llorando.

Es que algo está pasando, muy bien no lo sé explicar. Al pensarlo más me alejo del resto y más me acerco a mí.

Todo tiene un límite: un agradecimiento, a lo sumo dos, alcanza para esa hostilidad que apremia pero que no mata; revive. Hoy tengo a la corriente pateando en contra; un ancla que es un elástico que me hace regresar y un puerto que es gambeteador ante el deseo de llegar. Ya no quiero conocer quién es. Ni quién será.

El cierre de la campera, ante un invierno hostil, es una gran espina que sube y baja sobre el pecho. Pedir concluir al comienzo del juego es un chiste del destino, que se reíe solo. Nada es como antes. Todo es como mañana, un estribillo pegadizo y cansador.

Las horas pasan aburridas sin que llegue el sol.

Propongo entre lágrimas llamarme a la diversión prometida por foráneos. 

Te invito a casa. Preparo la comida. Me peino despeinándome con las manos mientras le guiño el ojo al espejo. La comida está semi preparada, mientras reviso los rincones bailando un paso que casi olvidé. El hogar está limpio. En la computadora de escritorio puse un cd del que te gusta a vos y a mí. Un vino de esos que desenamoran al bolsillo pero besan la garganta con cariño. El cuarto se pone silencioso pero transpira nerviosismo y pudor. Me olvido del perfume que me regaló mi ex y que aún no pude terminar, un poco va al costado izquierdo del cuello, otro tanto al derecho, y ya no sé a qué planta dejar con buen olor. Todo listo.

Un ermitaño invita, pero nunca abre su puerta.