viernes, 31 de julio de 2015

Dios

Dios es triunfalista. Seguidamente pierde en sus apuestas, pero elimina rápido de la mente de su contrincante la prenda a pagar. No se hace cargo de su inutilidad, menos de las derrotas. Se escapa, se esconde en el medio del salón de los errores humanos dispersándose como si fuese uno más. Es siempre humano o no lo es. Medias tintas no.

Creó la tentación pero detesta que otros se tienten, a pesar que él es un tentado en rehabilitación. Inventó la derrota a su semejanza, que fue de casualidad intentando crear el triunfo, que pocas veces alcanzó, pero no como quisiera, pero elaboró, como solución provisoriamente permante(otra de sus contradicciones), la euforia que es eso; ni triunfo, ni una alegría. Un estado de felicidad amnesica.

Cuando el hombre que aparantemente proteje alcanza el logro solicitado mediante rezos de noches anteriores se suma a la lista de protagonistas y pretende un agradecimiento... cuando todo fracasa se escabulle mediante la excusa de no ser un protagonista en las acciones humanas.

El niño parece ser Dios: se enoja al perder, buscando miles de pretextos para amortiguar la pérdida, y al vencer se sube a una euforia potente, prematura y finita. ¿Dios será un niño?

Si el humano pierde tanto es porque el supuestamente poderoso no puede quebrarle la muñeca al azar y termina en el suelo. Señor todo poderoso, sabrá usted qué pasa al sangrar el orgullo y secarse por dentro. Al calentar cada mozaico del suelo llanto mediante la vana espera de un abrazo. Cómo pudo crear a la amistad si no sabe tender una mano en las pesadillas de sueño liviano.

Cuenta la historia entre bostezos sobre un jóven creyente que venía pisando los charcos de las desgracias y al llegar a una aparante estabilidad con una mujer preciosa, se le rompió la cadenita que tenía con una cruz. Dando la sensación que Dios no se quiso posar en las tetas de una mujer bella, siendo cómplice de una infidelidad. No la evitó, no advirtió. Saltó, rompiéndose en varios fragmentos.  Pero desde algún escondite les mira las gomas sin pudor y sólo se desarma en la tentación antes mencionada.

Dios prefiere el vertigo del fracaso, que la humildad para volver a construir desde abajo todo lo que hizo mal.

Platón afirmaba en la teoría de las formas- aquí haré un uso de una explicación muy brusca pero simple- que las cosas que vemos, tocamos son un reflejo de su idealidad, la cual no se puede percibir mediante los sentidos. Siguiendo esta lógica, los acertijos en las hojas de relleno de revistas inútiles son el reflejo del mayor acertijo que es este hombre. Él se envuelve en pistas que desorientan para que nadie encuentre su humanidad, ese error que saborea en cada decisión, para no ver al sujeto durmiendo boca arriba de los problemas que nos ponen contra la arena intragable. Se ampara en religiones que en vez de desenmarañar su figura lo pone en el orden de intocable, sagrado, un crack que espalda al arco sabe cómo solucionar un ataque de fuego que viene de frente. Quitó de la religión la religiosidad, que es la búsqueda de la verdad. Dios acaricia con placer la mentira sobre el reflejo de la verdad impuesta por unos muchachos que dicen haber alquilado no sé qué terreno, para no sé qué vida posterior. En estas batallas diarias tenemos a un espectador de lujo que ni se toma el atrevimiento de arengar por el menos peor; no paga ni una moneda porque claro después vendrán los fundamentalistas de la pobreza a explicarnos que ese es el camino que nos llevará a la eternidad feliz, pero que escapan de ella tan rápido les sea posible.

Tal vez Dios sea la víctima despiadada de hombres irracionales que jamás encontraron otra respuesta a su angustia innata que crear una figura grandilocuente, majestuosa y todo eso que ya sabemos. Y quien lleva su nombre posiblemente haya sido un pobre flaco- sí, seguramente es hombre porque en este mundo machista es imposible siquiera imaginar que somos manejados como títeres por una mujer-  que andaba pateando piedras. Por eso lo podría perdonar. Pero jamás por haberse encondido tras trapos sucios, mentirosos, en su incapacidad de reconocerse como un impostor, por seguir alimentando la enajenación del hombre para seguir agigantando su figura. La sinceridad se le escapó al momento de escalar la montaña de los pedidos, y mientras iba cayendo fue tocando a varios sujetos que la hicieron sagrada. Si Dios miente, qué quedará para nosotros.

En este momento, como todos los anteriores y aparentemente todos los que vienen de ahora en más, somos víctimas de la mentira, alejados de la verdad que unifica y rompe en mil pedazos el destino insostenible de la soledad. Dios maniobra con nosotros como pelotitas frágiles en los semáforos de las calles de la búsqueda, varios caen, se rompen y son inservibles de por vida. Ya no buscan. Quienes resisten buscan leerle las líneas de las manos a este sujeto y caen de cabeza en lo imposible, se los aseguro, porque las tiene borradas de tanto lavarse las manos. La mentira apunta sus fusiles en un paredón en donde estamos todos, algo alejados el uno del otro, siento aunque tenga los ojos vendados que Dios anda por acá cerca, transpirando miedo tanto como sus poros dejan caer las gotas del cagazo. Siento ese olor. Al menos lo humaniza. Tal vez hayamos triunfado. Posiblemente sea un engaño de él. Quién dice que se volvió a probar un rato el saco humanista para divertirse. No me niego a la idea que este Dios es un abuelo muy anciano que debe morir como una forma de entregar su trono al sucesor, que sin dudas es más idiota que el progenitor. Si el primer Dios creó el mundo. Y el último lo está desarmando con una capacidad de maniobra majestuosa. Ya no sé nada. Capaz este mintiendo, ergo, estoy acá con el representante de la mentira. Cómplices como nunca de un atroz escenario. El indiferente, la basura enaltecida seguramente se enoja con esto porque no se banca el disenso, de ninguna forma aunque haya creado en bocas de tarados la libertad de expresión.

Y sino, queridos perdedores de la gran pérdida, todo esto es una mentira para tapar otra mentira. Entonces Dios no es una verdad. Es la mentira. No habrá nada, o sí, quizá sea viable pensar en un edificio posterior sin conserje. O quizá no haya nada. Ni edificio. Ni conserje. Ni Dios. Ni humanos. Tampoco mentiras. Tampoco verdades. Tampoco tibiezas. Nada. Todo. Por lo pronto habría que dejar de robar al menos por dos años con esto de Dios. Y ver qué pasa o qué no pasa.