Viajaba en un colectivo pequeño leyendo un libro de filosofía esperando llegar, cuánto demoré en llegar. Llegaría sentado y desde chico nos enseña que para llegar hay que caminar. Sin dudas este libro me estaría haciendo mal. Cuestionándome todo. Para colmo, me sumo preguntas existenciales y cotidianas a otras no tan existenciales y cotidianas que ya traía antes de leer este libro. En uno de los descansos que suelo hacer después de alguna frase complicada y perdiéndome en algún costado mientras digo "qué carajo quiso decir este tipo" me encuentro casi a mi lado con una chica que venía dormida. La conocía en esos andares en que dos se ven, se reconocen, se gustan-o al menos uno de ellos, en este caso yo- pero no se conocen. No sé su nombre, apellido, ocupación... tal vez una andadora por los mismos lugares por lo que ando. ¿Colega?
Qué mujer bella. Hay que reconocer que no está bien vestida, me parece que se durmió y agarró lo primero que encontró. Pero qué belleza. No le combina la ropa, y cómo duerme, sin dudas que se durmió antes de subir acá y despertarme a mí. Todo esto más los efectos que hace este libro, me empecé a preguntar sobre la belleza- y cuánto me faltaba para llegar- La belleza es una fugitiva que va tomando diferentes siluetas, transformándose constantemente, camuflándose. Entonces pensé en cómo distinguir a una mujer bella, o la belleza de una mujer o cuando la belleza se camufla en la piel de una mujer.
Procedamos. La belleza duerme, tiene que descansar. Ahí reposada es cuando mejor se la contempla. Los únicos momentos en que no es fugaz, aunque para un hombre enamorado que la mira generalmente de costado evitando todo movimiento brusco le resulta efímera. Se sacrifica insomnio por esa mirada silenciosa y sentir que se cazó a la belleza eternamente. La ficción del enamorado.
Es una distribución equitativa, perfecta de belleza sobre su cuerpo. Veamos. Allí yacen pequeños sus dedos de los pies, a veces pintados, otras veces no y a veces en esa mezcla rara que detesta. Se los pinta aunque sea invierno, y otra veces se lo deja al natural. Ella se queja de sus pies fríos pero cuando toca los míos todo se calienta, y se siente una protección total aunque solo cubre una mínima porción de este cuerpo descuidado. Tocárselos le genera cosquillas pero le gustan unos masajes bien cuidados como sus pies. Hay que tener coraje para besar sus tobillos. Sus piernas que tantas cremas recibe y que tanto crítica son dos misiles que apuntan contra todo lo que se le oponga. Yo prefiero la paz ante eso, pero cuando las desarma voy derecho a su munición y subo hasta donde Dios se esconde a que lo adoren en la sombra más hermosa, mágica, que pone un poco de divinidad en el mundo que me llama a ser ateo. Es la única capilla a la cual voy a visitar con respeto, sutileza, creencia y fe. Si le pifio puedo caer en sus caderas que suelen ser la antítesis, el infierno. La causante de mis pecados y mis malas acciones: mi deseo me llama a desagradarme y desarmarme para ir subiendo por su pecho donde intento distribuirme por tantos lados que me resulta imposible. Sus manos, sus codos, los brazos, sus costillas, el centro de su pecho, sus hombros pueden ser un destino placentero y un llamador a una acción que desequilibre a la psiquis. Podría seguir detallando la mirada, el pensamiento que se contradice con impulsos pero prefiero seguir escribiendo de otras formas que toma la belleza.
Se puede apreciar una belleza a los quince segundos de despertarse porque es el tiempo que le cuesta llegar a ésta a sus ojos que suelen estar achinados, como llega apurada se rebalsa formando unas bolsas por debajo de éstos. Es encantador verla despertar, ver una cara libre, auténtica, hermosa, despejada, desmaquillada de la sociedad y los productos. Me encanta sus "no me mires", "no me hables". La belleza ha de no ser molestada, interrumpida después de un descanso, en la antesala de escaparse en varios movimientos y formas. Lo que no varía en nada su perfección es el rodete, el pelo suelto, recogido, corto, largo o como le salga de las sábanas. Tampoco sus trapos que son merecedores de ser rotos para que la desnudez sea la más fiel expresión. Cuando una mujer se desnuda, el hombre agraciado entiende que la fantasía es una inyección en la carne que desconecta la noción del tiempo, la vocación y deja restos de sed de revancha, una mareada espera, carteles imprecisos que parecen apuntar a ella: el deseo se alcanza y se renueva con ella, ya no querré otra cosa que volver para retomar el deseo de volver. Qué lindo es regresar, siempre y cuando sea para repetir el tour o cambiarlo; no hay rutina en el cuerpo femenino, siendo una ciudad a la que espero llegar, arrastrado por los empujones del destino, mis mejores versos, su ímpetu o porque ya nada quedar por perder. Cuando nos gana la pérdida, mejor ir a jugar ciegos a las cartas para calentar la piel y refrigerar las angustias, para fumarlas después de habernos terminado. Nos completamos por instantes, nos anhelamos completar casi siempre. Llevare un par de minutos completo en esta vida, que acontece en falta.
Una belleza es tal cuando no se va aunque se ventile la casa. Abro cuatro ventanas, que hacen un festival de golpes, pero ella está ahí. El aire levanta levemente su pelo, ella lo sopla, como en una suerte de contra corriente, para que no le caiga en esa boca, que yo creo que me espera. El hombre siempre espera hoy lo que la mujer ya decidió ayer: su fanatismo por el alargue televisivo hace que le ponga puntos suspensivos a una oración terminada. Ergo, los hombres saltamos sobre inexistentes puntos en suspenso para llegar a la isla de lo definitivo. Los que se caigan no serán dignos de sus decisiones. Una marea los llevará a la playa de los puntos hermanos a crearse. Los que lleguen, sabrán que sus acciones en casi nada modifican una decisión ya tomada. Pero el camino hace a la belleza, cómo alguien puede elegir con tan poco tiempo lo que será su tiempo.
Cuando mira a su alrededor tengo miedo a que otros salten, capaces de donar su sangre y orgullo, a conquistarla. Ella me dice el oído que es mía y que más tarde me lo demostrará. Si el tiempo pasa volando, maestro, le canto truco diciéndole que se puede volver un martirio esperar a que caiga la noche y la promesa sobre cualquier espacio. Las horas se anclan en la espera. Juégame el re truco, que ya tengo preparada la próxima carta. No quiero que me caliente el sol, sino su espalda interminable sin corpiño y una remera que le queda corta. Me dice de ese costado que me quiere. Jaque mate.
La belleza no termina sobre una figura, da vuelta sobre sí misma renovándose y arrojando motivos de sobra para apreciarla, buscar el roce y contagiarnos de semejante don. Los hombres salimos de esa belleza, claro, somos hijos de las mujeres, por consiguiente, de la belleza, pero como un teléfono descompuesto en todo un pueblo, la vamos perdiendo, mutando, se escurre por debajo de los dientes. Salimos con poco de mamá y demasiado de papá. Los hombres heterosexuales nos transmitimos el error de repetirnos en las mujeres. Si el error nos pone así, aguante.
Una mujer es una maquina generadora de insomnios en el amor y en el desamor; es un pensamiento constante e ininterrumpido; es un riesgo, un acierto, y a veces un error, no la mujer en sí, sino ella que a veces se olvida de su profesión; es una adivinanza, un "qué más puedo hacer", una sutileza; es un espacio interminable, un laberinto, un retroceso y un avance; es una duda, un libro de filosofía con varias preguntas, pocas y concretas respuestas; es una locura porque su cuerpo es una locura; es un sueño, en algunos ratos una fantasía, una realidad; es un vacío que queremos completar, aunque termina siendo al revés; es un "no creerías", "no sabes lo que es" en ambos terrenos; es una ida, una vuelta y un permanecer; es natural y sobrenatural cuando así se lo propone, si a mí me dieran a elegir me quedo con su no elección, su naturalidad; es un balazo y una caricia casi de continuado; es un unir del tiempo inservible con aquel que vale la pena vivir; es un saber exiguo, un aprendizaje constante y no aplicable; es aprender que todo lo sabemos no nos sirve para nada; es una cura y la enfermedad; es el té de media tarde, la resaca en vela y el jarabe que más nos contamina; es un sorbo de la mejor bebida que siempre nos deja con sed; es esperanza, con todo lo que implica, y una puerta nunca cerrada, tampoco abierta; es una devolución perfecta a un cariño bien dado, pero también es un abrazo mal estacionado en cuerpos no merecedores de ellas, ni de nada; es superficie y subyace constantemente, que la lógica me lo intente destrabar; es años de escritura, música, poemas que no terminan por contenerla; es verso, prosa, líneas inútiles que nos escriben en la piel; es eternidad, aunque nos alce o nos tire al diablo; es la belleza con todo lo que eso implica y nos arriesga.
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