Fui olvidado como cuantas veces el olvido se acordó de mí. Esos refucilos de clandestinidad en noches de amores profundos hacen un pozo en mi pecho que se llena de lágrimas no lloradas, gritos silenciados, esperas eternas, momentos no vividos, todo por esperarte en lugares que nunca pisaste.
Me encuentro destruido y atado a sabanas de soledad que abrigan en momentos de furia pero asfixian al intentar encontrar calor humano. Y ahí estás, tan social. Acá estoy, con sobredosis de individualismo.
Ya no sé si prefiero que al momento que pases, tan escandalosamente bella, apagues o no la luz. Si nadie me volverá a ver, déjame cegado, si alguien encontrará en los pasos realizados la respuesta a sus problemas prueba con darme luz. Seguramente, hagas lo que hagas, quedarás en un lugar privilegiado de mi mente aunque he intentado de mil maneras desprenderme del recuerdo, éste sin embargo aparece como una fotografía, un sonido, un olor y una figura.
No es fácil compartir conmigo mismo una botella de vino tinto mientras por fuera el mundo brinda amores cuasi eternos. La atroz borrachera ni la resaca son dolores similares a los que siento sobrio mirándote los ojos que escapan de tu espejo.
¿Hasta cuándo formarás parte del libro de visitas de este hotel de una estrella? Desordenaste el cuarto y dejaste naturalizar el champagne: hemos pérdido las burbujas que nos hacia flotar en los manantiales del día a día. Desapareció la llave y todo quedó guardado en ese cuarto imposible de limpiar, pero está ahí y desde allí se sueltan fragmentos que irrumpen en los cuartos colindantes.
Yo y mi olvido sentados en el pasillo olvidándote hasta que él desconozca su función primaria.
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