Hay un punto en que la tristeza se vuelve inabrazable. No alcanza la extensión humana para apretujarla, reducirla, hacerla propia por un instante y que deje de ser ajena a nosotros, a mí. Todavía los años ignorantes no pueden explicarme en la cara cómo algo ajeno se vuelve tan gigante y doloroso. Nosotros, o yo, y la tristeza vamos dejando un tendal de cariño mutuo, ya sea por la convivencia o esa necesidad mutua, la terca retroalimentación, pero somos ajenos. Inabrazables.
La mujer termina siendo un juego de cartas, o en mi caso, de malas cartas. La suerte se empodera del destino, sin embargo ésta nunca se hace presente en mi, ergo, termino solo, sin suerte y con un destino dudoso. Aunque la tristeza se queda conmigo, prácticamente sentada-no entra- en el cordón de la calle de la ausencia. Pero mi brazo ni mis brazos pueden abrazarse a ella como para inclinarme de una vez por todas y refugiarme allí. Inabrazable.
Es triste, doloroso, luctuoso no poder abrazar. Pienso en cuántas veces en el cariño de los brazos con la espalda se vuelve en el descanso de dos cuerpos hartos de pelear, en el acto más empírico de la inutilidad y la vanidad de las palabras. Necesito un abrazo y la tristeza se niega a romperse en fragmentos más digeribles, más abrazables. Y otra vez. Inabrazable.
Vengo pariendo mujeres aunque no sea mujer. Ninguna de ellas se queda-creo- porque no soportan que camine junto a esta enormidad, bestialidad, eternidad. Sospecho con la vista dañada que es falta de suerte o de coraje para desprenderme de lo innato. Inalterable. Inabrazable.
Si me preguntan cómo estoy respondo "con tristeza". Nunca solo pero si mal acompañado por su egoísmo propio de la grandeza que la adjetiviza. Inabrazable.
Entendí, con un puñal en la espalda, que el amor es el disfraz más apacible del orgullo, es pionero en las lastimaduras de primer grado, se aferra a los milagros antes que a la realidad y termina por ser una mentira de chiste corto: el amante sabe que se mete en una mentira pero mientras dura la risa es una plácida desmemoria y cuando se deja de sonreír el uno con el otro hay tantas mentiras que nadie sabe cuál es la realidad. A tal punto que no sé si la tristeza es inabrazable, o si el inabrazable soy yo.
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