lunes, 21 de febrero de 2011

Cinco minutos

Cinco minutos, cuatro minutos cincuenta y nueve segundos, cuatro minutos cincuenta y ocho segundos. ¿ Para que tantos cables para un televisor que apenas se ve? Pared blanca, techo blanco. Las ventanas se fugaron. El sol explotó. Cuatro minutos, cincuenta y dos segundos. El norte se pierde en esta cama incómoda, dura y hostil que no me deja parar, me abraza y debilita. Hace días que no siento sed y hambre ni me levanto al baño, ni recuerdo lo que es caminar. Silencio que se adueña, que se sienta a mi lado y no lo puedo echar porque no le puedo hablar al tener la lengua dormida y los dientes enamorados, acaramelados y unidos formándose una pared blanca que se asemeja a las cuatros que practicámente me aprietan.
Tengo imágenes, tengo concentración a tal punto que sé que ahora estoy en cuatro minutos y treinta segundos sin tener un reloj que me ayude a tener la exactitud. A veintenueve, veintiocho, veinteseis, venticinco segundos de llegar a los cuatro minutos exactos. Las fotos me sostienen despierto y la melancolía pega los párpados en la piel superior. Los bomberos se han reído tiempo atrás cuando les dije que tenía un incendio interior, que algo ardía porque sentía un olor insoportable a quemado constantemente, que revisé toda mi casa y no; era adentro. Sin sangre, sin calma, sin agua y un viento, de los comunes, fue determinante para comenzar la llamareda que fue intermitente, a tal punto que no siento nada: se quemó todo. Estoy, me fui, estoy, me voy.
¿Qué escribí recién? Ah que me voy: parádoja si las hay porque no me voy si no me puedo mover, que me llevarán eso sí, pero si me preguntás a dónde no tengo idea pero me moverán para algún lado de esos que nadie revisa, donde la sombra se asusta ante tanta oscuridad. Las religiones insisten en una nueva vida o la eternidad, gracias pero paso; además vaya a saber dónde está mi alma: ¿la tengo aún?, ¿habrá resistido al incendio?, es más, ¿ alguna vez la tuve? Todo se reduce a una fe incomensurable de la cual no me puedo alimentar porque me quedé sin estómago y ganas a tan sólo tres minutos.
Una cruz barnizada al frente de mi cama parece mirarme- y, ¿cuidarme?- la cual es lavada con lágrimas de familiares desesperados que le ruegan y por suerte mi ADN no forma parte de la humedad de esa madera, esa béndita humedad que tan pesada puso mi propia cruz. Cuello duro, pelo grasoso y escoliosis; cambio de lugar la cruz que hasta duerme conmigo, ¡ máldita!. Para colmo hay algunos que le clavan más culpas, miserias y huecos a mi karma y compañera fiel desde hace años pero que va por detrás rayando el camino y cuando es momento de volver a pasar por la ruta ya está poseada.
Dos minutos y medio y corre: veintinueve, veintiocho, falta menos. Me dio claustrofobia ante tantas puertas abiertas, me perdí con el mapa y la previsión. Pasé del patio al departamento através de la ventana, y de allí al patio por ese minúsculo espacio cuando tenía a la derecha e izquierda una puerta de cada lado para ir y volver cuantas veces quisiera y sin la necesidad de lastimarme o exigirme al máximo. Faltan dos minutos y diesieste segundos. Diesiete, la desgracia. Desgraciado fui en el amor que exponenció tanto las buenas como las malas emociones. Tan felíz fuí cuando amé, cuando ella me hacía sonreír y desdibujaba cualquier ojera, dolor y sueño facial; extraño esos abrazos que ya no puedo llamar, que como una vela ante la ausencia de luz natural y artificial se fue apagando ante su propia cera que la ahogó y un hilo que resistió hasta que se incendió; mi propia culpa me va afixiando y el hilo del corazón se va extinguiendo, a tal punto que le quedan dos minutos de vida. Ay, qué dolor cuando la veía mal, cómo me mató la indiferencia esa que te muestra la espalda constantemente, como si la tuviese linda. Me enojaba el triple con ella que con cualquier familiar, amigo o conocido simplemente porque la amé.¡ Oh! esta costumbre de hacerme el estúpido es parte de la cera que quema.
Críticos putos de la Real Academia, que se adueñan de lo indueñable que son las palabras, que creen tener la capacidad de dictaminar qué es literatura y qué no, porqué no le dejan esa tarea al lector que sabrá decir si esto es un cuento o no. ¡Ay! ¿llego?; ¿llegó? A éllos va dirigidos, a ese público está escrito porque el personaje, el problema y la solución al problema interno y externo está ahí, en vos. No seas obstinado, no porfíes. No voy a pelear en el último minuto de vida, en el cual recuerdo un cuento que alguna vez me contaron el cual de la tinta a la hora estuvo a escasos metros y sucedió.
Qué raro me siento y también no es para menos, si no veo el televisor. Viste, les dije a los técnicos vestidos de blanco que eran demasiados cables, que iba a haber interferencia. Qué aburrimiento, me quedo sin ver la pantalla y sólo visualizo a estas cariñosas paredes que me abrazan. Todo es blanco, pero es bueno eh, porque ya me cansaba lo oscuro, lo sombrío. Quince, catorce, trece, doce, once segundos. Los dedos se besan fuertemente y se afierran entre sí como pueden, la poca sangre que están en mi dedos se forman en dados que juegan al azar, y me voy transformando en arena del desierto. Cinco segundos, el televisor pierde la señal definitiva y se forma una línea recta, cuatro, tres, dos, uno y sí, nunca me lleve bien con la matemática.

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