Sí. Ahí. Con la pala engrosando la torre.
Ésa del norte que entorpece mi sombra bifucándola en dos, como una
“V”. Se abre paralelamente, ambos puntos
se saludan desde las antípodas que jamás serán los mismos después del choque contra ese bloque
gigante.
Palanca a medio bajar; a medio subir;
al medio. Luz tenue entre una paralela que debo transitar. Con los
pensamientos cavando dudas inseguras de sí y de las colegas, pero no recelan en asegurar dejándome incógnitas que a la vez se reproducen.
Desabastecido en seguridad y
tranquilidad transito con alta velocidad para llegar al bunker, el
sitio elegido para refugiarme de una guerra de almohadas y bombas de
telgopor. Tocan la puerta y no pienso abrir, prefiero renunciar al misterio y
escaparme por la ventana. Estoy cuatro metros abajo de otros cuatro metros, intentando escabullirme con sábanas para asimilar que logré
unos centrímetros más de profundidad.
Los afiches en la pared de metal es la
foto exterior que se aproxima a mi relación con lo aireado. Sólo
salgo cuando algo más fuerte me echa del recinto. Ni las nubes
submarinas ni el silbido de un sol que pide miradas logra un cambio de actitud: mis piernas atestiguan en el juicio de mis
palabras. Sino presentaré un amparo, postergando la discusión. No
tengo intenciones de tener ganas, tampoco el desgano de una queja resultante por
instalar sustentos desnutridos.
Con la cabeza entre pinceles blancos y
negros- éstos son más cortos que los primeros- pienso quién soy y
me sale musicalmente que quiero ser todo, aparantemente no alcanzo
nada; me siento nada. Descubro lo imaginario, me olvido por momentos
del presente, pero no me describo justamente por la amnesia. Olvido
que olvido. Soy culposo de desconocer lo que jamás dejé sin DNI.
Voy por todo, no me alcanza. El todo del todo: trato hecho. Firmo
tratados con los mancos. Le pongo fe a mis dudas para seguir
interrogando preguntas que jamás se respondieron, ergo preguntan cotidiamente. Mi ser es meláncolico hasta con lo que se
acabó de ir, ni hablar de esas primeras charlas que tuve conmigo desde diferentes alturas. Le temo al reloj tanto como a la enajenación de mis pantalones. Seguido quiebro lo conseguido por tener que desnudarme. El espejo - es de forma redonda, arrugada- replica a cada paso una imagen pero no es la misma que realizo: alzo un brazo y veo una risa cómplice; sonrío y un brazo me golpea. Sigo. Especialista en la historia. Desastroso en la cerrajería al no tener siquiera una llave que cierre una puerta. Peor. Con tanto viento cotidiano las numerosas puertas se cierran bruscamente para volverse a expandir, a veces en singular otras tantas a coro.
En fin, y por comienzo, soy complicado
para responder, o más bien un charlatán que le encanta murmurar para
jamás terminar de responder nada, acariciar toda aseveración y
acallar el silencio. Perdón por demorar: bien, gracias. ¿Vos?
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