martes, 13 de mayo de 2014

¿En dónde estás?

Te perdí, para bien o para mal: esa antinomia que juega de espaldas unida en una misma columna. Debo reconocerlo. Me disipé.

Me encuentro buscando cómo encontrarme. Vaya paradoja. El dolor por si mismo duele, y cuánto duele. Vaya redundancia.

Si estos espacios me dieran una oportunidad de volver hablar de la soledad podría definirlo, o confinarlo lo máximo posible, como un castillo subterráneo de muebles lujosos, suntuosos, comodidades extremas que se va conociendo a medida que se avanza en medio de la oscuridad, pero que en el progreso hay pozos de promesas sin cumplir que absorben de pie a cabeza, soltando tiempo después,  a su presa; siempre se cae en la confianza de saber dónde están esos huecos en el suelo, pero son dinámicos, inteligente, impredecibles transformándose una batalla de inteligencia. Al reinar la paz la comodidad es toda suya, caballero o dama.

Mis momentos de gloria pocas veces duermen en el sillón de oro, la mayoría de su tiempo están cegadas.

No aguanto más. ¿Sabés cuántas veces creo que me esperas en la esquina de los porvenires, llevando a cuenta una sinceridad que me advierte que nada ocurrirá? ¿Tenés idea de cuántas veces te espero preparado con camisas de decepción, y con botones que aprietan cada sensible fibra de mi parte de adelante?

Quisiera dejar de llorar en los espacios donde no estás.

Te quiero acá: ¿cómo te lo digo, si no es con la distancia rogando que leas estas líneas de un autor disuelto en un enojo y varios vinos?

En esta obra de vida, el fuego toma el papel de suelo. ¿Adónde está el autor de esta pésima obra?, ¿no se dio cuenta, acaso, que nadie se llegó a verla? Fracasado. Escúchame. No doy más. Quiero irme. Chau. Hola.

Vuelvo nadando en sentido contrario sobre este río que jamás se hizo mar creyendo que algo olvidé o perdí embalado por la fuerza que me acarreó a creerme una potencia propia, cuando en realidad era una avidez impropia de mi caja boba impulsada por el contexto. Con las ramas ahogadas, hojas, una media del ayer y los pelos que perdí por vos,  reconstruyo- o continúo- una vida.

Vos, mujer bonita de corazón sin botones ni cierres, ¿en dónde estás perdida? Recuerdo cuánto querías impostar mi voz interior. Hoy, destruido, sin demasiadas sonrisas de reserva, volví a leerte mediante unas líneas de un capítulo viejo. Tanto intentaste cambiar mi rumbo, que perdiste el tuyo. Nunca mires con ojos propios los caminos ajenos. Nunca oigas lo que no te dije al oído. No busques perfume en zapatillas de antaño. No sientas nada más que lo que dicta tu corazón. El gusto fue tuyo, me dijo la soberbia.

Si amar es dominar al otro, prefiero ser sumiso a los pozos de la soledad.

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