Sobre un pasillo oscuro una emoción caminaba lentamente y camuflandose en la oscuridad. Yo recostado sobre una cama intentando encontrar una parte de mí olvidada posiblemente dentro de un cajón de mi ropero. Algo no encajaba, una pieza parecía no mancomunar con las otras presentes. No me sentía bien, no me sentía completo ni realizado, sentimiento últimamente ausente en las clases periódicas de la vida.
Duermo a oscuras; renazco con la luz matinal.
El sol me movía de lado a lado, la canción del celular me daba el buen día y el mate matutino me servía el desayuno. Una innata sonriza por el simple echo de estar ahí sentado sobre la silla azul me dió y me da felicidad, pero las horas pasan y el sol se despide porque llega la hora de la cena y el descanso, mucha veces limitado o confinado por el estudio. Y al momento de recostarse otra vez volvía a pensar, sentir, buscar e intentar encajar elementos comunes entre sí, pero las piezas no estaban.
Hace pocos días y con el sol de fondo descubrí algo desconocido. Una imágen que permitió un giro y un click que sonó fuerte y quedó retumbando en mí desde aquel día que lo estoy reviviendo constamente.
Ya es de noche, sobre mi cama y mi computadora apoyada en mis piernas estoy cronicando mis sentimientos, cuando me parece que algo se está aproximando y está cerca de tocarme, siento un perfume tentador, no quiero tomar riesgos de lo que aún no sé qué es, y mucho menos, si estas expresiones de mis sentidos se ven afectados por el retumbre de aquello que observé.
El ver y el sentir son diferentes, el ver engaña y el sentir te amarra. Hoy creo sentirme más amarrado que nunca y ese abrazo empieza a generar un ser completo y encajado en un contexto, pero al verme me empiezo a engañar.
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