miércoles, 30 de enero de 2013

Cuidados intensivos

-->

Desde que ví tus enredaderas me quedé atrapado con ellas. Me quedé pegado a lo peor de mí. Desnudo, con algunas ramas que salían de mí. Las cartas con las que iba armado para vencer el pasillo blanco de dos puertas grandes quedaron desparramados tres escaleras atrás. Fui indefenso: desprovisto, vacio, con la sombra del gigante bailándome entre diente y diente.

No sabés adónde estar. Te atropellan las caratulas, la cual ninguna se engancha a los ganchos de la carpeta roja. Estás con la soledad en los tobillos, dos metros abajo,que ni siquiera llegas a abrazarla. Hay un vacio jugando por la mitad. Las palabras del ayer se acumulan pero no efectúan, tal como si tuvieras polvo eferveciente sin el agua: ácidez que quema. Incendio. Hay fuego y no hay punta.

Al aire aún lo llevo conmigo, ése que perforó los recuerdos y la agenda. Dio vuelta, desparramando los zapatos llevándome a no saber cómo salir a caminar. Recuerdo la lógica, pero no estoy en ningún lado. Carton vacío, frontera sin papel. Soy la grieta reparada con la tormenta por venir.

El cuenta gotas del tiempo es el fastidio del corazón. Y el alma se quiebra con tantos colegas unidos en ese límite entre la sala con luz o sin ella. Aunque el espejo se reproduzca te sentis rozándote solo. El blanco demora. Sentir que escuchás pero no es así, no estás allá, ni en tu casa, no estás en ningún lado. Te ves atrapado entre dos fierros frios al tacto; sentimentalmente calientes. Solicitan la mesura ausente. Crees que al ingresar se calman tus miedos pero se incrementan, ante una vulnerabilidad que se cargan por sobre los hombros. Derretís tus últimas creencias perdiendo la virginidad más absurda del “jamás me va a pasar a mí”.

Me lavé las manos antes de entrar, sé que me ojeaste, tenías ganas de verte viéndome y se me perforó todo, absolutamente la totalidad del cuerpo se hacía liquido yéndose por esa pileta. No me podía desinfectar de mis miedos más profundos ni de estas nuevas presentaciones que en mi vida quise conocer. Entendés el círculo. Aprendés a hablar, a realmente desear “buen día”. Todo cierra, pero es tarde para girar la llave, se abre la puerta, la ventana, el techo, el suelo, el espacio, la oscuridad, el ruido del aire, todo, y la nada.

Cada vez que te ví era yo el que estaba en cuidados intensivos. Estoy ahí, cerca de esa ventana dándole mi peor perfil a las enfermeras. Y te juro, papi, que no me quiero morir.