Desde que ví tus enredaderas me quedé
atrapado con ellas. Me quedé pegado a lo peor de mí. Desnudo, con algunas ramas que salían de mí. Las cartas con
las que iba armado para vencer el pasillo blanco de dos puertas
grandes quedaron desparramados tres escaleras atrás. Fui indefenso:
desprovisto, vacio, con la sombra del gigante bailándome entre
diente y diente.
No sabés adónde estar. Te atropellan
las caratulas, la cual ninguna se engancha a los ganchos de la
carpeta roja. Estás con la soledad en los tobillos, dos metros
abajo,que ni siquiera llegas a abrazarla. Hay un vacio jugando por la mitad. Las
palabras del ayer se acumulan pero no efectúan, tal como si tuvieras
polvo eferveciente sin el agua: ácidez que quema. Incendio. Hay fuego y no hay punta.
Al aire aún lo llevo conmigo, ése
que perforó los recuerdos y la agenda. Dio vuelta, desparramando los
zapatos llevándome a no saber cómo salir a caminar. Recuerdo la
lógica, pero no estoy en ningún lado. Carton vacío, frontera sin
papel. Soy la grieta reparada con la tormenta por venir.
El cuenta gotas del tiempo es el
fastidio del corazón. Y el alma se quiebra con tantos colegas unidos
en ese límite entre la sala con luz o sin ella. Aunque el espejo se
reproduzca te sentis rozándote solo. El blanco demora. Sentir que
escuchás pero no es así, no estás allá, ni en tu casa, no estás en
ningún lado. Te ves atrapado entre dos fierros frios al tacto; sentimentalmente calientes. Solicitan la mesura ausente. Crees que al ingresar se
calman tus miedos pero se incrementan, ante una vulnerabilidad que se
cargan por sobre los hombros. Derretís tus últimas creencias
perdiendo la virginidad más absurda del “jamás me va a pasar a
mí”.
Me lavé las manos antes de entrar, sé
que me ojeaste, tenías ganas de verte viéndome y se me perforó
todo, absolutamente la totalidad del cuerpo se hacía liquido yéndose
por esa pileta. No me podía desinfectar de mis miedos más profundos
ni de estas nuevas presentaciones que en mi vida quise conocer.
Entendés el círculo. Aprendés a hablar, a realmente desear “buen
día”. Todo cierra, pero es tarde para girar la llave, se abre la
puerta, la ventana, el techo, el suelo, el espacio, la oscuridad, el
ruido del aire, todo, y la nada.
Cada vez que te ví era yo el que estaba en cuidados intensivos. Estoy ahí,
cerca de esa ventana dándole mi peor perfil a las enfermeras. Y te
juro, papi, que no me quiero morir.