Hoy es mi cumpleaños. Punto y aparte.
¿ Cuáles serían las emociones que debo sentir cuando pasaron 50 minutos de las doce de la noche de un reloj solitario de pared y, por consiguiente, ya tengo 19 años? Acaso, ¿sólo está permitida la felicidad? O, ¿hay cancha para la soledad, la melancolía y la incógnita? Hoy aparece el afecto y la hipocresía.
Le doy terreno a cada uno de mis sentimientos, les paso la responsabilidad pateándole la pelota y que conviertan el gol en el arco que crean más conveniente. Yo con un mate me siento a ver al partido desde la neutralidad que tiene y debe poseer un periodista con especialidad deportiva.
Me siento solo y no sé porqué. Tengo ganas de llorar y en la teoría del libro de vida que tiene un tan aclamado color de rosa, el día del cumpleaños es único, precioso y ultra feliz. Verborragia en su estado más puro.
Quizás encuentre respuesta en el despido al traje que me calzaba justo: 18 años. Fue el año de mayores experiencias, de grandes aciertos, de comienzo laboral en televisión y radio y mucho más.
Un día fresco de julio una luz roja potente de aire me quemó el sueño deseado ante cada golpe y me puso en la realidad que quería: hablar y expresar conocimientos, opiniones y voces de protagonistas. Meses después aprendí a desenvolverme con gran cintura, a entender poco a poco los códigos implícitos de una carrera preciosa y a enamorarme cada vez más de cada letra que bailó conmigo desde el cuarto mes del año o, en realidad, desde toda mi vida, porque creo que desde un 30 de Abril de 1991 fui, soy y seré: p-e-r-i-o-d-i-s-t-a.
Necesitaba expresarme, sentir y decir: soy diferente y en mi cumpleaños tengo ganas de sentirme mal y qué.
Aunque pienso y sé que estos 18 años fueron hermosos y únicos pero no fue el mejor año de mi vida, los mejores capítulos del libro que hoy abro para seguir escribiendo y leyendo fue cuando fui discriminado, golpeado y alejado; cuando lloraba mientras maquillaba sonrisas porque aprendí y aprendí y me llevo a ser el Matías que muchos valoran y aprecian desde el verdadero corazón, aunque los cuento con mi mano. La verdad, ¡no me importa!
Por esas personas que tanto quiero, por un nuevo año, por otro 365 días para disfrutar o ser estudiante de la vida, por más minutos de vida frente a la cámara o detrás del misterio de un micrófono, por más sueños a palpar, por nuevos y ambiciosos objetivos por cumplir, por las piedras que están cerca del camino que me trazaron mis padres, por mi familia que me salva y por todo aquello que me riegan los ojos, levanto la copa y digo: ¡Bienvenidos diecinueve años!